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La automatización también va a disrumpir el contrato social

El auge de la Cuarta Revolución Industrial augura un papel mucho más importante para la automatización, la robótica y la inteligencia artificial (IA) en tareas realizadas anteriormente por humanos.

Como consecuencia, las preocupaciones respecto al futuro del trabajo se han vuelto comunes (por no decir dramáticas) en los medios y círculos de políticas públicas a nivel internacional.

No faltan alarmistas que imaginan un mundo en el que las máquinas se harán cargo de cualquier trabajo que podamos concebir, lo que provocaría desempleo masivo y consternación existencial, especialmente en un mundo donde el trabajo se ha convertido en una parte tan arraigada de nuestra identidad.

Sin embargo, no podemos confiar en predicciones tan distópicas, que aplican suposiciones económicas y culturales de hoy en día a fenómenos futuros. Una automatización ilimitada sería completamente inviable si los ingresos de los humanos se redujeran al punto de no poder sostener una sobreabundancia de bienes y servicios producidos por máquinas.

Pero aún con una visión más optimista, la transformación de la estrategia gerencial y la asignación de recursos seguramente acompañarán el desplazamiento de miles de tareas realizadas por humanos. Es por ello que convertir a los trabajadores en “accionistas” de las máquinas que conducen esta tendencia podría convertirse en una estrategia cada vez más común, permitiendo una transición hacia empleos que requieren trabajar junto a ellas y capacitarse adecuadamente.

Como Alemania ha demostrado a través de las asociaciones sociales entre trabajadores y directivos, el objetivo sería desarrollar empleos flexibles y bien remunerados que permitan el aprendizaje continuo, apostando al mejoramiento profesional como parte de la cultura laboral a largo plazo.

Aún así, uno de los mayores desafíos de esta transición es que la desigualdad, una consecuencia tangible y preocupante de la automatización globalizada, se acelere en años por venir. Por esta razón, la reforma de las protecciones sociales se convertirá en una necesidad urgente, tanto en países industrializados como aquellos en desarrollo.

Si la automatización resulta en una mayor productividad y ganancias para las empresas que la implementan, ¿puede esta nueva riqueza generada ser una fuente de financiamiento para la capacitación laboral, la educación técnica o puestos de trabajo en áreas no robóticas?

Si programas sociales novedosos (como el ingreso básico o el impuesto negativo sobre la renta) logran afinarse, ¿pueden estas medidas reemplazar por completo a formas obsoletas y costosas de prestaciones y regulaciones laborales?

Semejantes predicciones nunca son libres de puntos ciegos, pero es evidente que la robótica y la IA son herramientas que relevarán al trabajador humano de muchas tareas y prácticas actuales, sin necesariamente provocar una eliminación neta de los puestos de trabajo.

Uno de los aspectos más prometedores de la automatización es la capacidad renovada de dirigir y definir nuestros esfuerzos humanos hacia las tareas que nos apasionan y enriquecen, especialmente aquellas que son urgentes para nuestro medio ambiente y bienestar social. El capital humano seguirá siendo valioso en áreas que son esenciales para nuestra calidad de vida, desde el cuidado de niños y adultos mayores hasta la creatividad en el arte y la cultura.  

Y en muchos países en vías de desarrollo, anticipar los impactos de estos cambios será un factor importante para dedicar estas tecnologías a la reforma de sus sistemas educativos y la integración de millones de personas en la economía formal.

Como tal, la inevitable ola de automatización tiene el potencial de optimizar nuestro ingenio, en lugar de suplantarlo. Ya nos encontramos en un punto de inflexión, que nos obliga a transformar las perspectivas existentes sobre el trabajo y la formación educativa.

Por ende, cambios oportunos que propicien la adaptabilidad de las políticas públicas a estas tendencias no deben perderse de vista entre los gobiernos, las empresas y la ciudadanía. El mejor aprovechamiento posible del capital humano depende de ello.