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El libro como un fenómeno

Hay quienes andan diciendo por ahí que no es posible viajar en el tiempo.

Pero quiero revelar hoy uno de los grandes secretos celosamente guardados a lo largo de la vida: he estado sentado junto a los Caballeros de la Mesa Redonda; he visto la lucha intensa en la guerra de los ingleses con los Ashanti; y caramba, estuve allí en la Avenida Central cuando Aquileo Echeverría se encontró con Rubén Darío y le preguntó:

-¿De dónde vienes, para dónde vas, como te llamas y cómo estás? Y vi la sonrisa de sorpresa, pero al mismo tiempo pícara de Rubén Darío, cuando respondió en el acto:

-De arriba vengo, para abajo voy, Rubén me llamo, muy bien estoy.

He visto a las huestes griegas sitiando Troya y he estado en el mundo mágico de Fabián Dobles contemplando esos años suyos, pequeños días. Y les cuento, que me tocó asistir a la última batalla de los aztecas; me llevó José León Sánchez por cierto, y vi a la muy vilipendiada Malitzín, conocida como Malinche, defendiendo con hidalguía y lealtad a su pueblo maya, contra las huestes aztecas agresoras.

Sí, el libro.

Por supuesto que hablo del libro. El libro nos permite viajar en el tiempo, asistir a los más diversos acontecimientos. Quienes dicen que no es posible viajar en el tiempo, será porque nunca se han leído un libro, o bien, no han pensado en el libro como fenómeno.

Hay otro grupo de pesimistas que andan diciendo otra cosa. Dicen que la gente ya no lee. Que los libros, dicen, están en decadencia.  También dijeron que era el fin de la historia, ¿se acuerdan? También dijeron que la humanidad se acababa en el año mil. Y como no les resultó la predicción afirmaron que fue gracias a la Virgen, que lanzó un puño de arena. Cuando Dios dijo mil años tendrás, ella lanzó un puño de arena y dijo, y estos más.

Pero también, apoyándose en Nostradamus y los mayas, nos anunciaron el fin del mundo, ahora sí con toda seguridad en el año 2000, ¿se acuerdan? Fue muy simpático el asunto y ya era imposible, por cierto. Porque el año 2000, según todos los cálculos modernos, fue el año 1996, al menos, porque Cristo nació 4 o 6 años antes de Cristo. Eso lo sabemos porque nació cuando Herodes todavía era gobernador y hace 2018 años Herodes llevaba varios años de muerto. Entonces, no me fío de esas predicciones.

En este momento y lugar hay millones más de lectores que cuando Julián Marchena nos hizo ver que hay un momento en que el día ya no es día y la noche aún no llega. Y estamos años luz adelante en cuanto a la cantidad de personas que leen y en la cantidad de libros que se venden en el mundo, sean estos de papel y cartón o sean estos e-Books o simplemente, artículos en PDF colgados en las redes. Ni el mundo se está acabando, ni la gente dejará de leer libros.

Compré una enciclopedia para mis hijas, y, por supuesto que no compraré una para mi nieto. No correré el riesgo de que me mire con compasión y me pregunte si no me voy a ofender si lo convierte en la base de una lámpara. Pero mi nieto tiene y tendrá aplicaciones que le dé tal acceso al conocimiento como nunca se ha visto en la historia humana, y probablemente leerá muchas veces más que vuestro abuelito y el mío.

Los libros también portan tesis, síntesis, análisis, esfuerzos por explicar la realidad. Reflexiones sobre lo que es. Es la búsqueda del conocimiento y de la sabiduría desde el punto de vista de un autor o un grupo de ellos.

En este caso, los textos se concretizan como posturas analíticas, como síntesis, como esfuerzos por explicar la realidad según el punto de vista del autor.  Es la búsqueda de lo que es, la caracterización de una situación dada.

Bella función, por cierto, la de recoger, procesar y transmitir el conocimiento a las personas, en todas partes y en múltiples momentos del tiempo.

Lo que se va descubriendo y desarrollando en una parte del mundo, llega a otra por medio de un artículo en una revista científica, o en un libro.

Pero el artista en general y los escritores en particular, ayudan a crear el futuro.

¿No es cierto que decenas de años antes de que se plasmara, el Nautilius cursó los mares en palabras de Julio Verne? ¿Y no vimos desde hace ya décadas las comunicaciones impresionantes entre el capitán Kirk y Spock? ¿No los vimos con teléfonos celulares, teléfonos con imágenes, con realidad virtual? Falta la tele transportación. Eso no sé, pero les digo que yo vi a la exministra de educación en persona, de pie, frente a la audiencia, haciendo una exposición sobre el futuro de la informática en las escuelas, pero cuando miré de reojo a mi izquierda, ella estaba sentada tranquilamente en su asiento, mirándose. Era una figura tridimensional hablando, por Dios que era ella. Les juro que me dió miedo.

El padre de familia –y esto me divierte mucho. El padre de familia quejándose por la radio, porque los profesores inescrupulosos le exigen comprar un nuevo libro de ciencias. No se explica para qué. Dice que su padre usó el libro de ciencia de su abuelo, y él usó el mismo libro. Y es puro negocio de los profesores eso obligarlo a comprar un nuevo libro de ciencias para su hijo.  

El pobre, por supuesto, es un despistado, que no ha descubierto que la tierra fue plana y luego redonda y ahora tiene forma de pera. Y no se ha dado cuenta que Einstein nació, vivió y murió, y como no, algo hizo. Y supongo que si le hablamos de nano tecnología, preguntará ¿“nano qué”?  ¿Nano quién? Ah, si, Nano el del taller de máquinas de escribir eléctricas. Pero en el nuevo libro de ciencia se explica todo eso. Porque el libro también actualiza los conocimientos.

Los pueblos ágrafos tienen como todos, culturas muy ricas. Pero sus posibilidades de influir, de contribuir a la cultura universal son infinitamente más limitadas que las de los pueblos que registran su cultura y su ciencia en libros.  El otro día le mandé a tomar pasiflora a un amigo que tenía un cuadro severo de insomnio. Y le sirvió. Y me consideró un verdadero sabio. Y me dejé alabar, sin vergüenza que soy, y no le dije mi secreto: es que lo estudié en un libro.

Si nos quedáramos sin electricidad, si hubiese un nuevo diluvio, si no tuviéramos fósforos, tranquilos, sabemos cómo encender la fogata en la misma forma en que se ha hecho y se hace a lo largo de miles de años. Lo aprendimos en un libro.

Pero, los libros contienen también literatura que es arte y el arte suele transmitir lúdicos asombros, que impactan la consciencia frente al descubrimiento de relaciones insospechadas, la presencia de lo novedoso. Polisémica. Sí. El texto ficcional no refleja la realidad, la reconstruye. Reflejan los espejos.

La obra de ficción transluce una o varias visiones de mundo, no necesariamente congruentes entre sí y no siempre de manera intencional. Por eso no se puede analizar una obra preguntándose cuáles eran las intenciones del autor. Para estudiar al Quijote tendríamos que resucitar a Cervantes. El libro de ficción puede sostener una tesis, puede adoptar una postura frente al status, o frente a determinada visión de mundo. Pero el poema y el cuento, la novela y el teatro, son ante todo arte.

Pero también, el libro ayuda a sistematizar las ideas de un grupo,  dándole coherencia. Al decir de Nöel Salomón: “Los que leen un libro se estremecen de placer al hallar expresado en una lengua perfecta las ideas tan queridas que acariciaban en silencio”. Y como no, el libro puede también ser una interpretación intuitiva o racional de fenómenos naturales, de hechos sociales, de experiencias emotivas, en tanto, como lo señala Lucien Goldmann,  “permite a los miembros del grupo tomar consciencia de lo que pensaban, sentían o hacían, sin saber, objetivamente, su significación”. Y en tal sentido, insisto, se conforma como uno de los elementos constitutivos de la consciencia colectiva, y nos ayuda a esculpir nuestra propia identidad individual o colectiva.

Entonces, cuando la señora Ministra de Cultura dé el banderazo de entrada, y don Bernal Montes de Oca, nos deje pasar, tengan presente que el libro contiene textos, diría Perogrullo. Eso ya lo saben, ¿verdad? Pero no se olviden que los textos pueden asumir una afinidad acrítica frente a la realidad; pueden legitimar, justificar, sublimar, mediatizar, sacralizar, mitificar.

Y tampoco quiero que olviden que el libro también es un fenómeno lingüístico.

Enriquece nuestro vocabulario, amplía nuestra visión de mundo, alimenta nuestro pensamiento.   Cada libro, cada autor, interpreta, recrea, construye y reconstruye; da testimonio, reflexiona, y moviliza a partir de un punto de vista. El libro ciertamente aporta elementos para la construcción de la realidad.

¿Y qué es la realidad?

La realidad son los acuerdos que hemos venido tomando a través de los siglos. Se cuenta que los nativos de América no veían los primeros buques europeos, porque en su realidad, en los acuerdos vigentes en su mundo, tal cosa no existía. No había casas flotando en el mar. Una distinguida investigadora norteamericana contó en una conferencia cuánto le costó ver los monos entre los árboles y arbustos del parque de Manuel Antonio. Es que, en su realidad, en los acuerdos que había asumido o construido desde niña, no había tal cosa como monos entre los arbustos.

Quiero insistir. El libro nos permite registrar y transmitir conocimiento. ¿Quién inventó el mito de la creación entre los sumerios? No lo sabemos, no tenían todavía libros, aunque inventarían eventualmente la escritura.

Pero luego de inventarla, permitieron a los judíos registrar y atribuirse el mito. Está en el Génesis. Entonces ahora sí, el mito de la creación que conocemos tiene una fuente, tiene autoría; el de los antiguos sumerios no tiene autor, aunque la historia sea la misma, ahora es judía y no de Ur de los Caldeos, espacio de donde siglos después vino Abrahán.  

Los libros también contienen testimonio, que nos confronta con circunstancias, fenómenos, hechos que nos conmueven: emociones, cogniciones, vivencias, y que nos hacen celebrar explícita o implícitamente esas experiencias.

La otra cosa que me han dicho es que no es posible estar en dos lugares al mismo tiempo. Pero me tocó leer en voz alta y en vivo El Quijote para la Radio Nacional de España. Al otro lado de la línea, escuché a otros lectores que me precedieron, luego tocó mi turno, y después hubo lectores de muchas otras partes del mundo. A fe que Don Quijote estaba allá en España, en Las Filipinas, en África Ecuatorial, en Costa Rica y en México al mismo tiempo. Es que el libro permite que el arte y la ciencia se divulguen por todo el mundo y tengan al mismo tiempo actualidad.

Presencié en una escuela de Francia una impresionante presentación sobre Costa Rica: lo investigaron, leyeron libros y consultaron, desde luego también le tomaron parecer a San Google, pero aún este sabio virtual presenta su información por escrito.  

Sí, el libro no tiene fronteras. El otro día encontré un excelente artículo sobre Quince Duncan. Fue escrito en islandés, por una persona docente de la Universidad de Islandia. Les agradezco la discreción de no preguntarme, cómo sé que es excelente. Es que, si escriben en islandés sobre un autor costarricense ha de ser excelente el artículo, ¿no les parece?

Bueno amigos, recurriendo a la paráfrasis, aunque estés en la situación que describió el poeta, si tu día ya no es día, y tu noche aún no llega, busque en un libro. Quien quita que allí esté el mensaje que buscas. En un libro podemos ver más allá de nuestra realidad, aunque sea una realidad gris, oscura.

Bien lo enuncia Isaac Felipe Azofeifa, y aquí vamos a recurrir de nuevo a la paráfrasis, aunque todas nuestras estrellas hayan partido tengamos presente que el momento más oscuro siempre está justo antes de que empieza a amanecer.

Sí, amables concurrentes, la lectura nos permite viajar en el tiempo. Nos permite transcender fronteras naturales y sociales; nos permite actualizar y ampliar nuestros conocimientos, diacrónicamente y sincrónicamente, ayer y hoy; nos permite viajar al interior de nosotros mismos, y en la lectura y la creación literaria, podemos ser parte del futuro. Ese futuro que se nos viene encima, ya fue creado por los autores literarios. Está escrito. Admito que no todo lo escrito es verdadero. Pero todo lo verdadero más temprano que tarde, ya está o estará escrito.

En fin, amables concurrentes, cuando la señora Ministra dé el banderazo de entrada, y don Bernal nos indique que podremos pasar. La exposición se abre en esta nueva edición, ¡podremos pasar! Van a encontrar mucha variedad, van a encontrar abundancia.

Amigos, amigas, sean cuales sean sus circunstancias, tengan en cuenta que el libro no ocupa electricidad, no ocupa baterías, y a menos que sea electrónica, no ocupa clave, no se queda sin carga.

Visiten la feria, adquieran los libros, viajen en el tiempo, trasciendan las fronteras naturales y sociales, palpen dentro de ustedes mismos. Es un juego de ganar, ganar.


Nota de Atribución:

Discurso de Quince Duncan dado en la inauguración de la Feria Internacional del Libro.

Viernes 24 de Agosto - San José, Costa Rica